Wednesday, February 4, 2009

LAS FIERAS AMANSAN A LA MÚSICA



Abundan las reflexiones sobre cómo internet está provocando la agonía del modelo de negocio de la industria musical. Pero quizá por eso se olvida analizar cómo la tecnología está transformando radicalmente tanto el modo de escuchar música -especialmente entre los más jóvenes- como la forma de crearla.

Los reproductores de mp3, los móviles musicales, los gigantescos discos duros, iTunes o eMule han provocado que los menores de 25 años (la 'Generación Y') se relacionen de una forma distinta con la música, más allá de la cuestión del pirateo. Los últimos estudios vienen con sorpresa. Según Sony Ericsson, los comprendidos entre los 18 y 25 años compran más singles que álbumes completos y la mitad de ellos sólo escucha 30 segundos antes de pasar a la siguiente canción. El 24% otorga 20 segundos de gracia. El soporte físico está en extinción por pura comodidad: otro estudio reciente de GFK para las discográficas confirma que la mayoría evita los Cds porque es más práctico mandar la música del disco duro al móvil o el mp3.

Adiós a la paciencia, la lealtad a los artistas, los temas que no enganchan a la primera, el coleccionismo de álbumes por sus portadas, los audiófilos que diferencian un tema sin comprimir. Bienvenidas las colecciones inabarcables, las 'playlist' a medida, las recomendaciones 'on line' gracias a la inteligencia artificial.

Y es que la técnica ha propiciado usos inconcebibles para otras generaciones, especialmente las que conocieron el vinilo. Por ejemplo, el 'loro' ochentero ha vuelto... a su manera. Dos de cada tres usuarios que escuchan música en el móvil aprovechan los altavoces para ponerla en alto mientras se duchan, están con amigos o se encuentran en la playa. Miguel Moreno, el benjamín de la redacción de soitu.es (23), dice que "sólo he comprado dos discos en mi vida, y he descargado muy poco", pero aprovecha cualquier desplazamiento para escuchar música. Sus amigos van rellenando su mp3 y sus tarjetas de memoria. Su forma 'social' de consumir música no es extraña: España es el país europeo, según GFK, donde más se utiliza el Bluetooth para compartir música entre amigos.

Pero en contra de lo que opinan los más apocalípticos, el interés por la música está a salvo. Solo que de otra manera. María Sánchez Díez (24) confiesa algunos comportamientos que nunca entendería la SGAE, como bajar toneladas de música, escucharla y comprarse después sus originales favoritos, que no siempre estrena (se queda con la versión 'pirata', que ya está en el ordenador). Hace 'playlist' y las comparte. Todos los informes coinciden en situar la música dentro de las primeras primeras aficiones de los jóvenes, solo superada por salir con los amigos.

Según Conecta para Nokia, el grupo de edad que más música escucha es precisamente el comprendido entre los 19 y 24 años, que lo hace durante 27 horas a la semana. Más que un trabajo de media jornada. A partir de los 30, la fiebre disminuye. El truco para multiplicar las horas del día es la movilidad que facilitan esos aparatos que hace unos años no existían: los reproductores de mp3 (usados por ocho de cada diez jóvenes entre 15 y 24 años) y cada vez más los móviles musicales (utilizado por el 63% de ellos).

Fábricas de 'hits'

La revolución que ha sacudido a su principal público ya ha tenido su efecto en la industria musical, en los propios autores. "Hacemos LA canción", explica Mario Gil, compositor, músico, productor y colaborador de esta página. Según él, sólo hay espacio para la canción que triunfa a la primera, no hay una segunda oportunidad para temas menos llamativos pero que pueden ser mejores que el 'single'. Ya no sirven los temas segundones o de relleno, sólo son aptos los candidatos a politono. "Se llega a hacer un tema para recopilatorio, y si triunfa ya se crea el grupo. Se está perdiendo la identidad de la música". El compositor aprecia incluso que las canciones suenan cada vez peor: "No hay una estructura en las canciones, sino una secuencia repetida, un ritmo, un sonido específico repetido a la saciedad". Un 'hit', en suma.

El propio álbum como obra artística ha sido destruido por los nuevos soportes. Si el CD acabó con las 'caras B', la priorización del single sobre el conjunto ha acabado con el 'disco conceptual', aquellos que tenías que escuchar en orden desde la primera a la última canción. Por ejemplo, explica Gil, el 'Disco blanco' de los Beatles, muchos de Pink Floyd o 'La vida secreta de las plantas', de Stevie Wonder. En ellos no se puede escuchar un tema aleatorio, porque no se entiende nada. El autor confiesa que hace mucho que no ve una obra así en el mercado. iTunes, explica, ha sido el desvirtualizador del LP, del CD, porque permite bajar uno, dos o cinco temas de un álbum.

El estudio que ya hemos citado de GFK para Promusicae confirma la percepción de Gil. Según se explicaba en un comunicado de prensa "la pérdida de 'lealtad' hacia los artistas es una circunstancia muy extendida: los gustos son fragmentarios, los grupos 'favoritos' cambian con frecuencia y el consumo está más orientado hacia canciones concretas o estilos musicales que a nombres propios. La mayor excepción [europea] en este capítulo la encontramos en Italia (...) por la importancia que los italianos dan a entender las letras de las canciones".

¿Cómo será el futuro si seguimos así? Gil prevé que seguirá triunfando el modelo "temas que han marcado una vida", el de M80 o Kiss FM, olvidando que en ese mismo disco había una pequeña joya (de esas que él recupera en El Selector de Frecuencias) que puede pasar al olvido. Paradójicamente, la 'larga cola' de internet permite como nunca en la historia que cualquiera publique y cualquiera escuche cualquier tipo de música de cualquier lugar del mundo. En la economía de la abundancia (incluso del regalo), las normas cambian y las industrias de los contenidos entran en crisis (da igual si se trata de periodismo, música o porno).

En cualquier caso, conviene relativizar. Los avances tecnológicos siempre han influido al modo de componer música. Como contaba hace años The New Yorker, "Stravinsky tuvo que empezar a escribir con las limitaciones del tocadiscos en mente: movimientos cortos, grupos pequeños de instrumentos, mucho viento y metal, poca cuerda". La cinta magnética propició que Bing Crosby "pudiera prácticamente susurrar en el micrófono y sin embargo ser oído a lo largo de América", y que los intérpretes "pudieran inventar su propia realidad en el estudio. Los errores podían ser corregidos". Y entonces tampoco fue el fin de la música.

Vía: www.soitu.es

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